Fue hace algunos años. Una paciente acudió a mi centro con un problema de salud bastante complejo. Se trataba de dolores inespecíficos que no respondían a patrones anatómicos claros. Además, había aspectos psicosociales asociados, que hacían del caso algo todavía más incierto. Traté de dar lo mejor de mi, pero mis recursos técnicos y mi conocimiento en aquellos años eran insuficientes. Desconocía cómo gestionar este tipo de problemas crónicos, muy posiblemente ligados a cambios corticales y a un proceso de sensibilización central. Por más que traté de calmar y atenuar los síntomas, nada funcionó cómo yo esperaba. Las técnicas en clínica y los hábitos saludables no eran suficientes para conseguir un cambio significativo en los síntomas. Me sentía absolutamente comprometido con mi paciente, pero no llegaba a un resultado satisfactorio. Fueron unos meses de acompañar con la esperanza de que la próxima semana llegara con una sonrisa y una mejora que nos diera esperanzas. Al cabo de un tiempo, propuse cesar la terapia y recomendar otra dirección. Ella estuvo de acuerdo.
Pocas semanas más tarde empezaron a llegar casos, niños y adultos derivados de esta paciente. Venían confiados y asegurados de mi profesionalidad, por mi sorprendente prescriptora. ¿Cómo era posible que la paciente con la que había fracasado me enviara a tanta gente ahora? ¿Qué hizo que confiara en mi si no había podido resolver su problema? Así que la llamé para agradecerle su confianza y cómo no, le pregunté acerca de su promoción de mi trabajo. Me dijo: “Fui a muchos profesionales antes de llegar a ti, que intentaron ayudarme con mis síntomas, pero contigo me sentí realmente acompañada. Sentí que comprendías cómo me sentía y nuestras sesiones era un lugar donde podía estar en calma y segura. Además, me orientaste y gracias a los pasos que di, mi vida es mejor ahora”.
Cuando los profesionales de la salud piensan en razonamiento clínico, una palabra aparece en su mente: “diagnóstico”. Saber qué le pasa al paciente para proponer el tratamiento correcto. A esto se le llama razonamiento diagnóstico. Este tipo de razonamiento viene de un paradigma de investigación empírico-analítico. Para decirlo claramente, se trata de un proceso mental para llegar a una conclusión de tipo dual “sí” o “no”. Tiene una hernia discal o no la tiene. Tiene una tortícolis muscular congénita o no la tiene. Tiene un síndrome genético o no lo tiene. El razonamiento diagnóstico es fundamental en la fisioterapia pediátrica y en el resto de las ciencias de la salud y la medicina. Si bien el diagnóstico en fisioterapia es conceptualmente muy diferente del diagnóstico en medicina, y confundirlos solo lleva a problemas entre profesiones.
En los años 90 del siglo pasado los profesionales de las ciencias de la salud se interesaron por las experiencias de dolor o discapacidad de los pacientes. Se dieron cuenta de que querían conocer a la persona como conocían su enfermedad. Esto era fundamental porque en la práctica clínica el fisioterapeuta constata muchas variables de las que unas cuantas están fuera de control del clínico. En caso de la fisioterapia pediátrica, aspectos ambientales como las horas de televisión o sueño, la situación en el colegio, las relaciones con la familia, entre otras. De ahí surgió el concepto de razonamiento narrativo. Un razonamiento donde la verdad no es dual correcto o incorrecto, sino que depende del significado y del contexto de la persona. El objetivo es conocer la experiencia única del paciente y de su familia. Entrar en su experiencia, creencias, sentimientos y comportamientos en salud. ¿No te has encontrado casos donde tus recomendaciones, consejos y ejercicios no se hacían hasta que descubriste un condicionante que bloqueaba todo? Ese condicionante a veces es una creencia… ¿cómo voy a poner boca abajo a mi bebé si se puede morir? ¿Cómo voy a hacerle este ejercicio a mi bebé si llora? O la influencia del entorno… bulling, presión social, familias desestructuradas.
Entrar en la experiencia del paciente como un aspecto esencial del proceso terapéutico mejora la adhesión a los tratamientos y los resultados funcionales. Probablemente porque las personas se sienten más motivadas cuando son acompañadas y comprendidas en su realidad propia. Analiza tu experiencia como paciente o como padre o madre de un paciente en tu historia personal. Recuerda dónde y cuándo te sentiste atendido y acompañado, y dónde y cuándo no lo fuiste.
Lo que destacaría como idea principal es que el sentirse bien acompañado no es algo que dependa únicamente de cómo sea de simpática o amable la persona que me atiende. Eso es importante, pero hablamos de algo que está más allá de la personalidad individual. Es algo que forma parte de una atención construida sobre un modelo global de salud, sobre unos valores en la asistencia, sobre una planificación de los servicios, sobre técnicas de comunicación específicas que se pueden aprender y entrenar, sobre una forma de concretar los objetivos de la terapia pero principalmente sobre una forma de entender la atención en salud.
Mira este video para saber más sobre razonamiento clínico en pediatría y cómo razonar cómo un experto.
El razonamiento clínico que acompaña al paciente y a su familia, que es colaborativo, interactivo y psicosocial es un eje fundamental del concepto TMPI. ¿No es así como debería ser en el global de la fisioterapia pediátrica y de la fisioterapia en general? Todos los cursos de fisioterapia pediátrica deberían incluir este tipo de enfoque. Dos vías de formación aseguran este objetivo y marcan la diferencia dentro del concepto TMPI. El curso “intervención terapéutica en TMPI” (mira aquí el programa) y el curso “razonamiento clínico en fisioterapia pediátrica” (mira aquí el programa).
Estas formaciones son para ti si:
- Quieres tener éxito en la comunicación con pacientes y familias;
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